Lecciones aprendidas a la fuerza sobre reparaciones
Este mes he tenido que llevar a cabo algunas reparaciones, más de las deseables, en realidad.
Lo primero que se estropeó fue mi reloj de pulsera. A mí me gustan los relojes sencillos y discretos, con pocos mecanismos y esferas. Cuando se estropeó mi reloj anterior, un Lotus con cuerpo de titanio, elegí un CASIO que lo único adicional que tenía era día del mes.
Lo compré online y me costó un poco más de 21 euros. Hace unas semanas me di cuenta de que la corona del reloj no estaba en su sitio. Inexplicablemente se había soltado y se había perdido. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue arreglarlo yo mismo. Me gusta el DIY y por eso busqué la pieza por internet. Tras varios intentos en tiendas online no pude encontrarla así que mi segunda opción fue llevarlo a un taller de relojería. El relojero me comentó que no merecía la pena arreglarlo porque iba a salir tan caro como comprar otro nuevo del mismo tipo. Insistí y conseguí que me lo arreglaran por 25 euros, mano de obra incluida.
La siguiente cosa que se estropeó fue la lavadora. Debido a un mal uso, se partió la bisagra de la puerta, de modo que aunque cerraba no ofrecía mucha fiabilidad. Comenzando el ciclo la primera opción fue buscar la pieza y arreglarla. En este caso tarde 5 minutos en encontrarla en Amazon y la tuve en casa en dos días por unos 12 euros. El cambio fue sencillo y ahora funciona como debería.
Por último, se estropeó el frigorífico pero ahí no ha habido nada que hacer. El técnico diagnosticó fuga interna del refrigerante y lo declaró irreparable. Así que la opción ha sido, en este caso, comprar otro nuevo frigorífico.
Alguna gente, como el relojero, puede pensar que no es práctico gastar 25 euros en reparar algo que cuesta 21 euros nuevo. Puede ser, pero una de las cosas que intento incluir en mi estilo de vida es disminuir los residuos no reciclables que genero y el reloj difícilmente podría ser reciclado.
Con la lavadora me he dado cuenta de que algo que voy a valorar en futuras compras es la reparabilidad, es decir, si es fácil o no de reparar y si es fácil o no encontrar los repuestos necesarios. Las cosas se estropean. Independientemente de la obsolescencia programada, nada dura eternamente por lo que no es ninguna tontería valorar la facilidad de reparación de cada cosa que añadimos a nuestro día a día.
Cada día es más frecuente encontrar bienes de consumo a un precio tan bajo que casi nadie se plantearía reparar en caso de avería (un caso sangrante es el de las impresoras) pero el precio invisible que se paga es el de una generación de residuos que aumenta a ritmo alarmante y que no sabemos como tratar.
Por eso me parece que hay que mirar otras cosas más allá de la calidad aparente o el precio.
Un saludo.